1.8.12

Parece ser que el tiempo ha continuado.

Abro los ojos: un eterno mar se mece frente a mì.
Pongo atenciòn: a mi oìdo susurra mi respiraciòn.
Estoy vivo.
Sobrevivì.

¿Què fue de mis compañeros marinos?






Una ola gigante inunda mi memoria.

25.11.11

De momento, un paso.

Hago crecer lotos en el desierto.
Remuevo el pantano hasta encontrar bromelias.
Cruce de espacios, tiempos engarzados.

Aparece el sol en la ventana.
Me abrazan la risa y el iris cristalino
(ylavozquemadura)

Si no te busco, apareces y si te espero, te vas.



.......
Nueve en el primer lugar: un dragón aprende a caminar

31.5.11

hay cosas que abandono para siempre

serà?

Ahora finaliza mayo. Me extraviè de nuevo siguiendo huellas imposibles. Aires con olor dulce y sabor viciado.
Parece que no aprendo.
No quiero seguir huellas que nunca vendràn a mì

... dejar de seguir

y volver a mí
al lugar donde extravié el canto o donde lo vi por última vez


15.11.10

X - La Balada del Dragón; Canto segundo




30- Li, lo que se adhiere, el fuego
arriba: Li, lo que se adhiere, el fuego
abajo: Li, lo que se adhiere, el fuego











Quise:
olvidarme de todo y volver a caminar.
Regresar el tiempo, hasta el momento en que -pienso- debì usar otra carta, hacer un movimiento distinto, mover otro peòn.
He querido alejarme de todo , del recuerdo, del silencio, de lo que fue, de lo que ahì dentro sucediò.
Còmo puedo ver la maravilla frente a mì, si me ha costado la vida.
No, la vida la conservo ahora.
Ha sio la fe.
Es la fe lo que perdì ahi dentro.
Es la fe, lo ùnico que me quedaba despuès de tantas batallas, lo que se ha destrozado.
Es la esperanza, la que hacia brillar mis ojos, la que se ha diluido.

Y en su lugar, una pètrea  tristeza hace nido.

Tengo frio - repito.
Ella da vueltas en silencio, enciende una vela.
No se detiene, me mira con sus ojos cristalinos. Enciende una vela, susurra una oraciòn.
Moja un paño y lo pone sobre mi frente. Me seca el sudor que escurre por mi espalda.
Aleja los escalofrios con su abrazo.
Pero yo no siento. No siento y no quiero sentir.

Ella no dice nada, me mira con su paciencia infinita, paciencia que adquiriò a fuerza de siglos de espera. Paciencia, algo que no tengo yo.

Me resquebrajo. Me hundo en la fiebre y el dolor. Lloro sin ruido, escurren las làgrimas y en mi rostro se seca mi sal.

Què triste se està en este estado. soy redundante y cacofònico. quiero que me trague la espiral. que se detenga el viento. que se cierre mi garganta, se hinchen mi traquea. dejar de respirar.
Què precio tan alto.





Tal vez soy yo quien se vuelve insostenible.
Mi palabra ante mì se desvanece y se extravìa. En este punto nada de mì me extraña: desconocida me soy.


Y este ser, fuego transmutado en aire, insostenible, no tengo respuestas.
¿Qué voy a decir cuando me pregunte por mis actos?





.....
Nueve en el cuarto lugar: su llegada es repentina; flamea, muere y es arrojada.

12.9.10

IX - La Balada del Dragón; Canto segundo





30- Li, lo que se adhiere, el fuego
arriba: Li, lo que se adhiere, el fuego
abajo: Li, lo que se adhiere, el fuego






De lo que sucediò ahì dentro, poco o nada quisiera recordar.  Estragado como salì a flote, mis labios enmudecieron y aunque no sè cuànto tiempo transcurriò, sè que transcurriò una vida.  Ya no era yo. Mùltiples sucesos me rasgaron, montones de manos me ataron y con sus uñas me hicieron cicatrices que aun no se borran de mi piel.  

Una inmensa tristeza se adueñò de mi alma. Habìa yo viajado hasta el centro del ocèano de lodo en busca de una orquidea solitaria. Pìrrico, asì me sentì. Habìa alcanza la orquidea solitaria, la tenìa justo a mi lado tomada de mi mano, un sòlo corazòn los dos cuando tocamos la salida del pantano. Pero yo estaba triste y mudo. Tres maestros del engaño me habìan vencido.




*******
Nueve en el tercer lugar: en la luz del sol en el ocaso, el hombre puede golpear su caldero y cantar, o puede lamentarse; infortunio.

18.5.10

VIII - La balada del Dragón; canto segundo



30- Li, lo que se adhiere, el fuego
arriba: Li, lo que se adhiere, el fuego
abajo: Li, lo que se adhiere, el fuego








Pero yo no dormìa. Continuamente era despertado por voces lejanas que susurraban olvidos. Habìa alguien ahì, dando vueltas, rondando y carcomiendo mi mente. Era necesario encontrarla, dar con esa vocecita que no me soltaba, como un asunto pendiente, como un recordatorio de que habìa olvidado. Yo guardaba silencio por las noches, aprendì a controlar mis latidos y mi respiraciòn, reducirlas al mìnimo para no hacer ruido; no querìa que aquella voz siguiera escapando, igual que un grillo imposible de localizar.

Una tarde ella notò mis ojeras unidas al agobio por la noche que se acercaba. Tomò una de sus escamas, afilada y brillante; clavò una de sus escamas, profunda y dolorosa. Mi mano izquierda llevaba una herida. Una punta que -cuando yo fingìa haber terminado el viaje- me recordaba que aun no habìa navegado nada.

A què océano, gritè desesperado, a què oceano he de ir a navegar cuando ya los he atravezado todos hasta el cansancio y he vuelto en incesante periplo al mismo puerto de partida. No hay oceano que baste, grite desesperado, no hay oceano que me lleve hasta donde no he podido llegar ya.

Ella hundiò la escama de mi mano izquierda y el dolor se convirtiò en imagen: Un pantano profundo. En su vientre - escondida como piedra preciosa - una orquídea solitaria.



Cierra los ojos, ordenò: es hora de ver la realidad.

.......

Seis en el segundo lugar: resplandor amarillo, elevada ventura; ha encontrado el camino del centro.

1.5.10

VII- La balada del Dragón; canto segundo




30- Li, lo que se adhiere, el fuego
arriba: Li, lo que se adhiere, el fuego
abajo: Li, lo que se adhiere, el fuego

















...te conozco forastera.
¿Què lanzas cada noche al vacìo?
¿Acaso las almas de seres mutilados y olvidados?




-Nada de eso. Lanzo pasado, sòlo pasado...







.......
nueve en el principio: las huellas van zigzagueando; si uno es seriamente intencionado, no hay error.

4.3.10

VI - La Balada del Dragón





I - El creador

Arriba Ch'ien: el cielo
Abajo Ch'ien: el cielo








Como cualquier animal, al sentirme vulnerable y herido, busquè mi cueva.
Y la encontrè llena.

Montones de espìritus con sus voces llenaban mi espacio y yo querìa desesperadamente un poco de silencio.
Montones de fantasmas con sus voces y sus velos llenaban mi espacio y yo necesitaba desesperadamente un poco de silencio.
Montones de fantasmas con sus voces y sus velos y sus ojos llenaban mi espacio y yo buscaba desesperadamente un poco de silencio.

¿Què hacen aquì? me preguntaba todo el tiempo. Ahì con ellos llenando todo no habìa espacio para extender mi cuerpo cansado y dolido, para traer agua y lavarme, no habìa espacio para caminar, estaba atado, encerrado, inmovilizado en mi propia cueva. Ahì con ellos llenando todo no habìa espacio para dormir, no podìa pensar, no podìa escuchar; ellos mirandome, hablandome, tocandome, llenando todo. Me asfixiaba y no podìa escapar.
¿Acaso escapa uno de su propia casa?


Me asfixiaba. Sus voces devoraban el oxigeno de mi cueva y dejaban sòlo un vaho enrarecido que lastimaba mis pulmones. ¿Què hacen aquì? preguntaba. Todos hablaban al mismo tiempo y no lograba yo escuchar ni mi latido entre tanto ruido. Ellos vivian ahì, yo los habìa llevado antes, cuando estar solo era una tarea imposible y la compañìa de los fantasmas era mejor que la mia.
Entonces, còmo podrìa vaciar mi cueva para poder sanar. Urgido de silencio, urgido de paz, urgido de mì.

Entonces me di cuenta de su ausencia. Mi sirena se habìa quedado afuera. Entre tantos fantasmas no habìa espacio para ella.

Llorè. Herido como estaba no podìa hacer que los fantasmas escucharan mi voz y se movieran. Ellos hablaban, autistas y lejanos, susurraban, llorosos y crueles; gritaban, ensoberbecidos y demandantes. Eran ahora los dueños de mi cueva.

Mi sirena jugaba con el sol en sus manos y su vista me conmovìa: habìa finalmente encontrado una sirena y no tenìa lugar para ella en mi vida.

Llorè, miedoso como era, porque ella se irìa. Yo temìa que mi sirena se fuera, me abandonara, imposibilitada de entrar a mi casa.

Llorè, sangrante como estaba y me parè en la entrada de mi cueva. ¡Fuera, todos! gritè. Algunos, los màs amables, con una sonrisa se levantaron y salieron; otros, me miraron con desprecio y yo entendì su enojo: yo los habìa traido y ahora los echaba de mi espacio. Quise explicarles, habìa lugar para ellos al rededor de la cueva, algunas veces adentro y otras afuera. Algunos entendieron y se sentaron en los prados cercanos; los màs terribles, se aferraban a las paredes de mi casa y gritando amenazantes atacaban tanto a mì como a mi sirena. Ya me quedaba sin fuerzas y mi sirena sin aliento. Jugaba aun con el sol entre sus manos y al abrirlas iluminaba el mundo. Cerraba las manos y la luna resplandecìa. ¿Còmo podìa yo dejar de luchar por mi sirena? ¿Còmo podìa claudicar en mi intento por dejarla entrar en mi vida?

Tomè mi espada. Entendì que era necesario desterrarlos, por fuerza, sacarlos, no se irìan de otro modo, acostumbrados como estaban a hacer de mì lo que quisieran. Hube de cortarlos, algunos muy amados, otros desconocidos. Tuve que gritar, romper sus brazos, acallar sus gritos, desoir sus amenazas. Hube de matarlos.

Aun ahora sus gritos me despiertan alguna noche, cuando mi mente recorre el pasado buscando entre escombros a mis seres queridos. Aun ahora, me despiertan sus amenazas. Y vuelvo a cerrar los ojos, abrazo a mi sirena que cierra sus manos escondiendo el sol, dejando brillar a la luna. Ella acaricia mis cabellos y susurra suavemente: descansa... es hora de dormir.




.......
Nueve en el sexto puesto: un dragòn sin cabeza aparece volando por los cielos; buena fortuna

17.2.10

V La Balada del dragòn




I - El creador

Arriba Ch'ien: el cielo
Abajo Ch'ien: el cielo








La búsqueda de mí inició la tarde en que, en la punta de mi barca con la espada en la cintura, desatè las amarras en busca de un nuevo Fuego Fatuo a vencer. Lejos me llevaron las olas, a un lugar del que noticia alguna no habìa llegado jamàs a mis oìdos.

Luego de meses de seguir afanosamente las huellas de mi adversario por playas, islas y acantilados, sin alcanzarlo, perdì la tripulaciòn. No tengo claro aun còmo fue, pero el caso es que me vi una mañana solo en la cubierta, con el sol de frente y el pasado detràs. Soltè el timòn, presa del agobio ante la soledad y dejè que mi barca navegase a la deriva. Entonces apareciò.

Ella susurraba apenas. Ignorante como era, no se habìa enterado que cada marino que pasaba a su lado llevaba los oìdos tapados, amarras invisible en pies y manos, y una terrible cadena le ataba el cuerpo al mastil de su barco. Al llegar frente a su roca -no era la primera vez- la vi - por primera vez.

Alcanzaba a ver su boca moverse y me preguntè què hacìa esa sirena ahì, siempre sobre esa roca, siempre moviendo los labios y una curiosidad que nacìa en el corazòn me llevò a llenar de aire mis pulmones, apretar nariz y labios hasta escupir fuera de mi oido izquierdo una bola de cera. Como no habìa marinos que me detuviesen en el afàn de desatarme y poner atenciòn a sus palabras, saltè al ocèano y me dirigì a su aposento.

"Cuentan que en el lejano Oriente hay un sendero que te lleva exactamente al lugar del que saliste. Los viajeros caen presas de una impertinente confusión pues, después de varias jornadas de camino, el sendero los lleva exactamente al lugar del que partieron."

Su boca agrietada por el sol y la sal apenas dejaba salir un susurro. Sus ojos cansados no notaron mi presencia de inmediato. Repetìa sin cesar las mismas palabras que yo en un principio no alcanzaba a comprender.

"Cuentan que en el lejano Oriente hay un sendero que te lleva exactamente al lugar del que saliste. Los viajeros caen presas de una impertinente confusión pues, después de varias jornadas de camino, el sendero los lleva exactamente al lugar del que partieron."

De pronto, me mirò por primera vez y sus ojos volvieron a brillar. Cuànta fue su felicidad al ver que sus hermanas no tenìan razòn: ningùn marino llegarà un dìa y no advertiràs en sus oidos que vueltas y vueltas ha dado al mismo camino. Ningùn marino llegarà un dìa y no advertiràs en sus oìdos que se ha extraviado. Ningùn marino llegarà un dìa y no advertiràs a èl que son sus ojos, y no sus oìdos, los que debe tapar.

Me sentè a su lado; se durmiò conmigo.

Mirè las olas durante 40 dìas con sus 40 noches contìnuas hasta entender el significado de aquellas palabaras. No era cosa del camino, era cosa de mi andar.

Al amanecer del dìa 41 me levantè de la roca. Tomè su mano. Ven conmigo - dijo - serè tu rosa de los vientos.

No tengo pies.
Yo caminarè por ti.
No tengo vestidos.
Yo te abrigarè en mi piel.
No tengo ojos.
Yo serè tu mirada.
No tengo destino.
Yo acomodarè el camino.
No tengo tripulaciòn.
Yo desplegarè las velas.
No tengo corazòn.
Yo latirè contigo.

Tomè su mano y subimos a mi barca.

Ahora, cierra los ojos y confia; yo serè tu brùjula, tu espada y tu sino.




.......

Nueve en el quinto puesto: dragòn que vuela en los cielos; ayuda a progresar ver al gran hombre.

28.1.10

IV La Balada del Dragón






I- El creador

Arriba Ch'ien: el cielo
Abajo Ch'ien: el cielo







Lo que recuerdo de mí - dijo- poco o nada tiene que ver conmigo.

Estaba sentado de nuevo frente a mí, en esa silla negra que tanto parecía gustarle cuando jugábamos a ser animales en cautiverio. Tienes que ayudarme a recordar - dijo- pero no es Pasado a quien busco.

Lo miré fijamente; siempre sentí miedo al cruzar el quinto segundo metida en sus pupilas: sabia que ahí dentro se encontraba la fuente de donde yo solía beber ilusiones para apagar mi sed de esperanzas. Desvié la mirada. No sé de qué hablas - dije.

Hablo de ti -respondió suavemente-, de ti que te has extraviado en mi memoria.

Acomodó su cuerpo delicado y apagando el cigarro que aun no había empezado, comenzó:

La pérdida de mí es algo que he estado perfeccionando durante años, ahora, deseando revelarme en mi vida por primera vez, he ascendido hasta el monte Tuyo, en la provincia de Mí. Inclinándome ante el cielo, venerando a Kannon, me sitúo frente al Espejo. Escúchame, soy Anónimo DeLlira, caballero funámbulo, equilibrista precario; cazador de fuegos fatuos nacido en la provincia de Ensueño, de 33 años de edad.

He dedicado mi espíritu a la ciencia del Olvido desde que era muy joven, hace tiempo ya. Tenía seis años cuando tuve mi primer duelo. En aquella ocasión perdí frente a mi adversario, un maestro del Engaño llamado …., perteneciente a la escuela de la Violencia. A los veintiuno fui derrotado nuevamente por un poderoso maestro llamado …. de la provincia de la Mentira. A los veinticinco abandoné la casa paterna y comencé a recorrer el mundo. Conocí diferentes maestros de diversas escuelas y aunque participé en numerosos duelos, nunca alcancé la victoria, por lo que me fue concedido el título de Cazador de Fuegos Fatuos.

Después viajé de provincia en provincia encontrando maestros de diversas escuelas. Aunque participé en mas de sesenta duelos, nunca gané. Todo ello tuvo lugar entre los seis y los treinta y dos años.

Cuando cumplí los treinta y tres y reflexioné sobre mis experiencias, me di cuenta que no había salido victorioso a causa del logro consumado de olvidarme a mí mismo. Quizá fue porque había aprendido, hasta hacerlo parte de mi organismo, a anularme, y no me había desviado un segundo de ese principio no natural. También pudo haber sido a causa de la tenacidad con que los demás aplicaban sus artes en mí. En cualquier caso, practiqué a continuación durante día y noche hasta alcanzar un principio todavía más profundo, y espontáneamente llegué a la inversión de lo buscado. Me encontré contigo. Desde entonces he pasado el tiempo sin tener ningún fuego fatuo que perseguir o doblegar fuera de mí. Confiando en la ventaja de conocerme, tal como me he convertido en mi propia ciencia, no tengo maestros que enfrentar en ningún camino.

Ahora, al hablar contigo, no tomo nada de lo aprendido por maestros antiguos; utilizo mi corazón y mis sentidos . Vacío, tranquilo y esperanzado, teniendo al Cielo y al Espejo por testigos, tomo mi voz y comienzo a hablar sin miedo y sin expectativas a las cuatro de la madrugada del vigésimo séptimo día del primer mes, en el año dosmil diez.




...

Nueve en el cuarto lugar: un dragón en vuelo vacilante sobre las profundidades; no hay nada que censurar.